Homenaje a Carlos Fuentes

La invitación decía: Formal. Me puse una camisa, traje negro, corbata no porque no la soporto, si quieren, así entrare, si no regreso a mi casa, no sería la primera vez que me quedo afuera del Castillo de Chapultepec.

Llegue en metro, si, como cualquier sujeto, a la entrada los guardias presidenciales me vieron raro, pero tenía una invitación, no podían impedirme el paso, asi es que camine. Y por la divina gracia de algún santo, un antiguo profesor tocó el claxon, y subí a su automóvil. De ahí cruzar el desierto bosque hasta el castillo, siempre se extraña caminar, un ligero desvío y terminamos en el memorial del Escuadrón 201, me encanta ese lugar, me trae buenos recuerdos.

Formalidades, saludos a desconocidos, miradas indiscretas por mi falta de total etiqueta, secretarios de estado, funcionarios, escritores, y un premio Nobel. Palabras de adoración impropias e hipócritas, todo el teatrito del señor presidente, que en efecto, me pregunto si alguna vez ha leído 100 años de soledad, porque ahí estaba Gabriel García Márquez, y ni siquiera me tomé una foto con el o me firmó una servilleta. Y ahí estaba Juan Ramón de la Fuente (el que en un ideal de perfección gubernamental, sería el que homenajeara, el que mandara, el que guiara a este país), y José Luis Cuevas, desconocidos, etc.

Todos elegantemente sentados, dando sorbos a sus copas de agua escuchando al señor presidente hablar de lo maravilloso que es todo en un libro. Ojalá todo fuera tan sencillo.

Después de aburrirme y rechazar la comida, hice la despedida a la gran vista de la ciudad que siempre extraño, desde ese lugar que tanto me gusta, de regreso a casa a pie a seguir esperando respuestas, llamadas, un contrato. Me quito el traje, preparo enchiladas, ya han sido muchos días de asueto, necesito respuestas.

Necesito estar bien, mientras todos esos grandes hombres se ríen y platican y se ahorcan con sus corbatas, como la que yo no quise usar.

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